jueves, 15 de abril de 2010

miércoles, 14 de abril de 2010

Continuación

A diferencia de la metodología utilizada por Quay (Quay & Peterson, 1967; Quay, 1983; 1986), quien se basó en los datos arrojados por estudios descriptivos para caracterizar el antes llamado trastorno de conducta, las definiciones con un objetivo diagnóstico que más se utilizan hoy en día se basan en las conductas mostradas por los niños y adolescentes que son atendidos en consultorios, clínicas y otros centros especializados.

Uno de estos “sistemas diagnósticos basados en la clínica” es el presentado por la Asociación Psiquiátrica Americana [APA], en su Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales [DSM]. En la cuarta versión de este manual (DSM-IV), la APA (1995) decidió reemplazar la expresión “desorden de conducta” por la de “trastorno disocial”, ya que de esta forma se podría diferenciar más plenamente este trastorno de otros desordenes de la conducta que aparecen típicamente en la infancia o la adolescencia, tales como la hiperactividad y el negativismo. Esta nueva expresión también la utiliza dicha organización en el texto revisado de la cuarta versión de este manual (DSM-IV-TR) (APA, 2002).

La APA, tanto en el DSM-IV (1995), como en el DSM-IV-TR (2002), define el trastorno disocial como un desorden que generalmente aparece en la infancia o la adolescencia y que se caracteriza por un patrón repetitivo y persistente de comportamientos que tienen en común la violación de las normas sociales del grupo de referencia o la violación de los derechos fundamentales de los demás, ocasionando un daño significativo en el ambiente educativo, laboral o social del individuo.

Para poder diagnosticar el trastorno, la APA considera que por lo menos tres de estos comportamientos deben haberse presentado en los últimos doce meses o uno en los últimos seis meses, y no deben ser el fruto de circunstancias situacionales (por ejemplo, la pérdida de un familiar), fuentes de estrés crónico o la etapa de desarrollo del niño.

Otro sistema diagnóstico fundamentado en los síntomas observados a nivel clínico, es el presentado por la Organización Mundial de la Salud [OMS], la cual, en la décima versión de su Clasificación Internacional de las Enfermedades, CIE-10 (OMS, 1992), define el trastorno disocial de manera similar a la APA (1995; 2002). Para la OMS, los “trastornos disóciales se caracterizan por una forma persistente y reiterada de comportamiento disocial, antisocial, agresivo o retador... Se trata por tanto de desviaciones más graves que la simple ‘maldad’ infantil o rebeldía adolescente” (p. 335). Los tipos de comportamientos que permiten realizar el diagnóstico de este trastorno son, de acuerdo con la OMS: grados excesivos de peleas o intimidaciones, crueldad hacia otras personas o animales, destrucción de la propiedad privada, incendio, robo, mentiras reiteradas, faltas a la escuela y fugas del hogar, rabietas frecuentes y graves, provocaciones, desafíos y desobediencias graves y persistentes.

Los pautas que brinda la OMS (1992) para diagnosticar el trastorno disocial resultan casi idénticos a los de la APA (1995; 2002), ya que incluyen a) el comportamiento disocial debe ser persistente en el tiempo, abarcando en lo posible un mínimo de seis meses; b) constituye una violación de las normas aceptadas por la sociedad en la que vive el individuo; c) no es el resultado del normal desarrollo del niño; y d) no debe presentarse de manera aislada, sino configurar una pauta de comportamiento. Sin embargo, la OMS difiere de la APA en que incluye dentro de los comportamientos que podrían fundamentar el diagnóstico de este trastorno, algunas de las conductas que forman parte de otra categoría diagnóstica presentada por la APA: el trastorno negativista desafiante. Estas conductas son las rabietas, las provocaciones, los desafíos y la desobediencia persistente. (Véase en el DSM-IV-TR la descripción de este último trastorno)

sábado, 10 de abril de 2010

Definición diagnóstica del trastorno disocial

A la luz de la definición de conducta antisocial que hemos realizado y de las consideraciones realizadas al respecto, podemos definir el trastorno disocial como un patrón de interacción con el entorno social, que se desarrolla generalmente en la infancia y la adolescencia y que se caracteriza por la comisión reiterada de actos considerados antisociales debido a que ocasionan perjuicios sobre otras personas. El término patrón implica que la comisión de estos actos es constante y forma parte de la dinámica comportamental del individuo, aunque también implica que este patrón responde a unas circunstancias que han permitido que éste sea adaptativo para el mismo.

Como se dijo anteriormente, el trastorno disocial es en realidad una categoría nosológica que tiene su origen en la psiquiatría y que forma parte de las categorías diagnósticas que se han desarrollado para rotular varios problemas de comportamiento que aparecen comúnmente en la infancia y la adolescencia, tales como la hiperactividad, el negativismo, la enuresis, la encopresis y la psicosis infantil.

Antes de los ochenta, las definiciones diagnósticas del trastorno disocial (conocido anteriormente como trastorno de conducta y actualmente como desorden de conducta), sólo involucraban los problemas de comportamiento infantil que ocasionaban un alto grado de perturbación en el entorno social del niño, pero no contemplaban las conductas furtivas o las realizadas en grupos pequeños, tales como el escaparse del colegio o allanar una propiedad privada. Un ejemplo de ello es la diferenciación que hicieron Quay y Peterson (1967) entre el “trastorno de conducta” y el “trastorno socializado agresivo”, quienes los consideraron dos categorías diagnósticas completamente distintas entre sí.

Por medio de su Behavior Problem Checklist “Lista de Chequeo de Problemas de Conducta”, estos autores englobaron dentro de la primera categoría: a) las disputas y las peleas, b) las rabietas y pataletas, c) la desobediencia y la dificultad para disciplinarse, d) la destructividad de objetos personales y ajenos, e) la impertinencia y el descaro, f) la no cooperación en actividades grupales, g) la tendencia a molestar e importunar a los demás y h) el negativismo; en tanto que incluyeron dentro del trastorno socializado agresivo: a) tener malos compañeros, b) los robos en compañía de otros, c) ser leal con amigos delincuentes, d) pertenecer a una banda, e) permanecer fuera de casa hasta bien entrada la noche y f) el absentismo escolar.

Esta tendencia de hecho continuó en los ochentas, como se puede dilucidar de un trabajo posterior de Quay (1983; 1986), quien revisó el instrumento mencionado y analizó su estructura factorial, hallando seis síndromes o grupos de síntomas independientes de la edad, el sexo y la población estudiada. Estos seis síndromes eran los problemas de atención, la hiperactividad motora, la agresión socializada, el retraimiento ansioso-deprimido, el esquizoide-insensible y el trastorno de conducta, agrupando dentro de esta última categoría los siguientes síntomas: a) pegar o pelearse, b) ser desobediente y provocador, c) presentar arrebatos emocionales, d) ser destructor, e) impertinencia y descaro y f) no cooperar o resistirse. Quay, de esta manera, continuó separando el trastorno de conducta de las dificultades de comportamiento propias de los grupos de pandillas juveniles, los cuales mantuvo en una categoría distinta: la agresión socializada, en la cual aglutinó las siguientes conductas: tener malos compañeros, ausentarse de casa, ser un gandul en la escuela, robar en compañía de otros, ser leal con amigos delincuentes y pertenecer a una banda, tal como ya lo había hecho junto con Peterson. No obstante, las conductas antisociales de carácter furtivo y delincuente empezaron a ser englobadas como parte del mismo patrón de comportamiento a partir de esa década y hoy en día se consideran un tipo de trastorno o desorden de conducta y no una categoría distinta de la misma.

Continuaremos en una próxima entrega y recuerda.... Trastorno disocial. Evaluación, tratamiento y prevención de la conducta antisocial en niños y adolescentes del Doctor Cesar Armando Rey Anacona esta disponible en las oficinas de
Manual Moderno Colombia Carrera 12ª N° 79-03/05 Bogotá, Colombia Tel: 2110519 Ext. 111. PRECIO DE LANZAMIENTO

lunes, 5 de abril de 2010

Puntos de vista sobre la conducta antisocial

Una vez definida la conducta antisocial y su posible clasificación, conviene ahora revisar algunas perspectivas sobre la misma, en particular, la legal, la psicopatológica y la psicológica.

La conducta antisocial desde el punto de vista legal

Desde esta perspectiva, se considera conducta antisocial aquella socialmente sancionable, a la luz de unos códigos que buscan proteger los derechos, la integridad y las buenas costumbres de los miembros de una sociedad. Las sanciones para las conductas legalmente punibles generalmente varían en intensidad de acuerdo con la seriedad de las mismas y obedecen, por lo común, a una concertación social que delimita qué conductas son indeseables y qué tipo de sanciones ameritan. Debido a que las conductas legalmente punibles contempladas en los códigos penales, tienen el potencial de generar algún tipo de dolor o daño físico, psicológico, moral o de otra índole, sobre otras personas, la perspectiva legal generalmente se ciñe a la definición de conducta antisocial delineada previamente.

La conducta antisocial desde el punto de vista psicopatológico

Desde esta perspectiva, la conducta antisocial se considera el síntoma de una enfermedad mental. Dentro del ámbito de la psiquiatría tradicional se han desarrollado, en ese sentido, dos entidades nosológicas cuyo síntoma principal es la conducta antisocial: El trastorno disocial, el cual se diagnostica en la infancia o la adolescencia y el trastorno antisocial de la personalidad, que se diagnostica a partir de los dieciocho años de edad. Ambos trastornos tienen en común la comisión reiterada de actos al margen de las normas y en contra de los derechos de los demás.

Tal como con las enfermedades “físicas”, desde este punto de vista se tiende a considerar que el origen de la conducta antisocial reside en un malfuncionamiento interno de alguna naturaleza, por lo que se apoya en los estudios que han encontrado disfunciones a nivel neurológico, neuropsicológico o neurobiológico en individuos con trastorno disocial y otras formas de conducta antisocial (véase el cuarto capítulo). También sustenta el desarrollo de tratamientos farmacológicos para dicho trastorno, como los reseñados en el capítulo octavo de este libro.

Uno de los principales inconvenientes de este enfoque es el estigma que puede generar el diagnóstico de una enfermedad mental. Entre la gente común el concepto de enfermedad mental generalmente es negativo, por lo que no es raro que su diagnóstico genere rechazos y una imagen negativa de las personas que lo reciben. El descuido de los factores ambientales que favorecieron el desarrollo del trastorno es otra de las principales desventajas de esta perspectiva. Al asumir que la conducta antisocial es un síntoma de una enfermedad, este enfoque asume que su origen está dentro del mismo individuo, por lo que puede pasar por alto el papel que ha cumplido y que cumple el entorno que rodea al individuo. Como veremos en la segunda parte de este libro, los niños, niñas y adolescentes con trastorno disocial han estado expuestos a una serie de circunstancias socio familiares adversas, que pueden explicar el desarrollo de ese patrón de conducta antisocial.

Debido a lo anterior, este enfoque tampoco favorece el empoderamiento del individuo sobre su propio problema. Ya que la causa de la conducta antisocial reside en una enfermedad, el individuo puede percibir que la realización de dicha conducta se escapa a su control, aportando muy poco para su propio proceso de cambio. La conducta antisocial desde el punto de vista psicológico: como rasgo estable depersonalidad o dependiente del contexto.

Calificamos a una persona como “agresiva” cuando la vemos llevar a cabo conductas de esa naturaleza en diferentes momentos y ante diferentes personas y situaciones, algo similar a lo que ocurre cuando se califica a una persona como “pacífica”, debido a que se muestra de esa manera en diferentes momentos y ante distintas personas y situaciones. No obstante la experiencia muestra que tanto la agresión como otras formas de conducta antisocial pueden manifestarse de diferentes maneras y que su expresión depende de la situación particular. Así, las personas consideradas “agresivas” no siempre lo son, ni siquiera en situaciones parecidas y las personas vistas como “pacíficas” no siempre exhiben esa característica.

La consideración de la conducta antisocial como un rasgo estable del comportamiento de un individuo subyace al punto de vista de dicha conducta como una característica de personalidad. La perspectiva contraria a este punto de vista plantea que la conducta antisocial obedece más al contexto particular y que el individuo ejecuta la misma conducta, o una similar, en otro contexto si dicha conducta tiene las mismas consecuencias que en el contexto anterior.

De acuerdo con este último punto de vista, la ejecución de un acto antisocial en un momento dado no obedece tanto a un rasgo, como a las consecuencias que éste recibió por su ejecución en situaciones anteriores o a que no posee dentro de su repertorio otras conductas alternativas a la antisocial. Así, desde esta perspectiva, la conducta antisocial es el fruto de la historia de aprendizaje del individuo, resultante a su vez, de las condiciones únicas, tanto ambientales como biológicas, a las cuales éste ha estado expuesto. Ello permite comprender que la conducta antisocial puede constituirse en un patrón de comportamiento si las circunstancias lo favorecen y que este patrón se puede modificar si se dan las condiciones adecuadas.